Del Dato al Conocimiento cumple diez años. Este es un balance honesto de una década escribiendo sobre tecnología, datos e inteligencia artificial: qué se transformó a toda velocidad y qué, pese a la oleada de novedades, ha permanecido sorprendentemente igual.
Por qué empecé (y por qué sigo)
Arranqué este blog con una idea sencilla: compartir cómo la analítica y los datos podían transformar organizaciones reales. Con el tiempo, el foco se ensanchó: de la atribución en marketing y los sistemas de recomendación, a la cultura data-driven, la ética de la IA y el impacto humano de la tecnología. Diez años después, sigo escribiendo por la misma razón: ordenar lo que aprendo trabajando y enseñando, y abrir conversación con quienes estáis al otro lado.
Lo que sí cambió en diez años
Antes de entrar en los detalles, conviene decir que estos cambios no llegaron de golpe. Fueron años de prueba y error, de entusiasmo y de escepticismo, de aprendizajes técnicos y humanos. Las siguientes transformaciones resumen una década de evolución en la que la IA pasó de ser promesa a infraestructura de negocio.
- De “Big Data” a IA generativa en producción
Recuerdo cuando el foco estaba en construir pipelines estables y diseñar modelos que sobrevivieran más de un trimestre. Las conversaciones giraban en torno a Hadoop, Spark o la mejor forma de escalar un random forest. Hoy el debate pasa por cómo implementar copilotos en entornos regulados o cómo orquestar agentes autónomos que trabajen con datos sensibles. Lo técnico sigue importando, pero el reto ahora es alinear capacidad de cómputo, eficiencia y propósito. - La IA salió del laboratorio (y del departamento de datos)
Hace una década, las primeras pruebas con modelos de predicción se hacían en un entorno casi artesanal, gestionado por equipos curiosos pero aislados. En una ocasión escribí sobre un proyecto en el que un modelo mejoró el rendimiento de campañas, pero su impacto fue invisible porque no cambió el proceso. Hoy, esa lección es norma: sin integración en la proceso operativo, no hay transformación. La IA ahora vive en los flujos del negocio, no en sus márgenes. - De casos de uso sueltos a plataformas
En los primeros años abundaban los experimentos: un recomendador aquí, un modelo de churn allá. Lo interesante era demostrar que se podía. Con el tiempo, aprendimos que no basta con probar, hay que escalar. Escribí sobre el momento en que las organizaciones empezaron a consolidar arquitecturas de datos, y cómo eso permitió pasar de “proyectos con nombre propio” a plataformas vivas que aprenden del uso diario. - Del “hype” al “cómo”
Durante la ola de entusiasmo del deep learning, la pregunta más repetida era “¿qué red neuronal uso?”. Hoy la cuestión relevante es otra: ¿qué problema resuelve esto y qué implicaciones tiene?. Me encontré muchas veces desmitificando herramientas y recordando que la innovación no está en la librería, sino en la intención. Esa madurez, pasar del asombro a la aplicación responsable, es quizá el cambio más saludable de todos. - La conversación social cambió de tono
En 2015, hablar de ética en la IA sonaba exótico; hoy es un requisito de diseño. Las preocupaciones que antes parecían filosóficas, privacidad, sesgo, sostenibilidad, discriminación, son ahora métricas operativas. He escrito sobre el impacto energético de los modelos, la desigualdad en el acceso al conocimiento y el peligro de que la IA amplifique brechas existentes. Lo que antes eran notas al pie se han convertido en condiciones para avanzar con legitimidad.
Lo que no cambió (y conviene recordar)
A pesar de los saltos tecnológicos, hay principios que resistieron cualquier moda. Son esas constantes que aparecían, de un modo u otro, en casi todos los artículos: recordatorios de que detrás de cada modelo hay personas, decisiones y contextos. Y que la IA, por sofisticada que sea, no puede saltarse las bases de una buena práctica.
- Los fundamentos importan: estadística, negocio, ingeniería y sentido crítico. En proyectos de predicción de demanda o modelos de recomendación, comprobé que la diferencia entre el éxito y el ruido estaba en los fundamentos. Quienes comprendían la varianza, la correlación o la causalidad hacían modelos explicables y útiles. Diez años después, sigue siendo igual.
- El dato sigue siendo social antes que técnico: sin patrocinio ejecutivo, objetivos alineados y equipos empoderados, la tecnología no compensa. Lo vi en iniciativas donde la arquitectura brillaba pero la comunicación fallaba. En una de las más recordadas, la adopción solo despegó cuando un director entendió el porqué del proyecto y lo hizo suyo. La cultura sigue pesando más que la infraestructura. No me cansaré de decir que la gestión de expectativas y la adecuación de la solución al usuario son fundamentales para que los proyectos sean un éxito.
- Elegir bien el problema vale más que elegir bien el algoritmo: la selección de casos de uso es (sigue siendo) la decisión estratégica clave. En varios textos conté cómo algunos proyectos técnicamente impecables fracasaron porque el objetivo no era relevante para el negocio. No me canso de repetir las palabras de Tukey una y otra vez. Los que funcionaron fueron los que partieron de una pregunta sencilla: ¿qué decisión queremos mejorar?
- Las promesas mágicas fallan: no hay atajos sostenibles. La curva de valor es trabajo paciente, disciplina y aprendizaje organizativo. En los primeros años, muchos buscaban el “modelo milagroso”; aprendimos que los verdaderos avances vienen de la iteración constante, la validación continua y la humildad de aceptar el error como parte del proceso. Nunca olvidemos las enseñanzas de Box: todos los modelos son erróneos, aunque algunos son útiles.
- La vocación de servicio: escribir sirve para enseñar, pero sobre todo para aprender en público. Esa motivación es el hilo que ha conectado cada artículo, incluso cuando los temas cambiaron. Lo he visto reflejado en los comentarios, las discusiones y los mensajes que inspiraron nuevas entradas: el blog creció porque fue diálogo, no monólogo.
Aprendizajes que me llevo a la próxima década
Diez años de escritura y práctica dan para muchas lecciones. Algunas llegaron tras éxitos, otras después de errores costosos, pero todas comparten una raíz común: la búsqueda de equilibrio entre tecnología, organización y propósito. Son aprendizajes que no provienen solo de la teoría, sino de experiencias reales narradas en el blog, de proyectos en los que las ideas se pusieron a prueba en entornos empresariales y académicos.
- Diseño organizativo antes que tooling: antes de desplegar una nueva plataforma o contratar talento especializado, la clave es definir quién decide, quién valida y quién mantiene. Lo aprendí cuando un proyecto técnicamente impecable se detuvo meses porque nadie tenía claro a quién pertenecían los datos. En otra ocasión, un simple cambio de roles desatascó la colaboración entre negocio y tecnología. Las herramientas son reemplazables; el diseño organizativo, no.
- Métricas que importan al negocio: con el tiempo entendí que las curvas de accuracy y loss dicen poco fuera del laboratorio. En los artículos sobre industrialización de modelos insistí en que las métricas relevantes son las que mueven agujas reales: coste por tarea, tiempo de ciclo, satisfacción del cliente o reducción de riesgo. Aprendí que un modelo medianamente preciso pero adoptado masivamente vale más que uno perfecto que nadie usa.
- Ética operativa: los temas de sesgos, transparencia, protección de datos y sostenibilidad dejaron de ser capítulos finales para convertirse en puntos de partida. En textos sobre el impacto energético de la IA o la vigilancia algorítmica, defendí que la ética no se añade al final, se diseña desde el inicio, o como dicen ética by design. Los proyectos que ignoran esta dimensión suelen pagar un precio alto, en reputación o en confianza.
- Talento en T: a lo largo de los años observé cómo los equipos más eficaces eran los formados por perfiles con profundidad técnica pero visión transversal. En mis experiencias con analistas, ingenieros y científicos de datos, vi que quienes entendían tanto de negocio como de algoritmos eran los que traducían valor entre mundos. Esa capacidad de conectar disciplinas será la moneda de cambio de la próxima década conforme el conocimiento técnico (que no la capacidad) sea aportado por herramientas de IA.
- Formación como ventaja competitiva: lo he repetido en conferencias y en clases: la brecha ya no es tecnológica, es cognitiva y cultural. En las empresas que más aprendieron, la formación no era un evento, sino un hábito. En el blog he contado cómo programas internos de capacitación crearon líderes de datos donde antes solo había usuarios inseguros. La formación continua es, más que nunca, el verdadero multiplicador de valor.
A quienes habéis estado ahí
En estos diez años, el blog ha acumulado 28.169 visualizaciones, 14.117 visitantes únicos, 34 publicaciones y 48 comentarios. Detrás de cada número hay una conversación, una lectura atenta o una idea compartida. Son cifras modestas, pero reflejan algo más valioso: una comunidad constante que ha acompañado el crecimiento del blog desde 2015, alimentando cada reflexión y manteniendo vivo el propósito original.
A quienes habéis comentado, discutido, recomendado o contradicho: gracias. Este espacio es conversación. Si en algo ha cambiado este blog, ha sido porque vosotros lo habéis empujado.
Cada comentario, cada mensaje y cada crítica constructiva han sido una forma de acompañamiento. Muchas de las ideas que hoy parecen sólidas nacieron en el intercambio con lectores, estudiantes o colegas que aportaron una mirada distinta o una pregunta incómoda. En ocasiones, una sola frase en un correo me llevó a escribir un artículo entero o replantear una postura. Este blog ha crecido porque ha sido un espacio compartido: un laboratorio de pensamiento donde la curiosidad colectiva ha pesado tanto como la experiencia individual.
¿Y ahora qué?
Me entusiasma (y me impone respeto) la etapa que se abre: agentes de IA, sistemas autónomos supervisados, productos AI-native, ¿cuando llegaremos a la AGI?, en 2020 hablábamos de AGI como una ilusión, ahora la sentimos más cerca. Pero la brújula sigue siendo la de siempre: problemas reales, equipos diversos, ética por defecto y obsesión por el usuario.
Si algo aprendí en estos diez años es esto: la tecnología acelera lo que ya somos. El futuro dependerá menos de la próxima release y más de lo que decidamos construir con cabeza, con corazón y con datos.
Gracias por estar ahí. Seguimos.
Imagen: WordPress AI Assistant