«La mente es como un paracaídas. Solo funciona si se abre.»
— Albert Einstein
Imagina a un niño de 13 años. Tiene acceso a ChatGPT, YouTube, Wikipedia, Duolingo, GeoGebra, y a miles de vídeos explicativos sobre cualquier tema que puedas imaginar. Puede preguntarle a una IA cómo funciona la codificación de imágenes o qué es la entropía de Shannon, y entenderlo si tiene curiosidad suficiente.
O puede usar esa misma tecnología para ver cinco horas seguidas de vídeos de TikTok, pedirle a la IA que le haga los deberes y luego pasar a la siguiente serie del algoritmo.
Ese niño vive en el vértice de lo que me gusta llamar el efecto K. Un punto de inflexión donde la inteligencia artificial no cierra la brecha educativa, sino que la abre más rápido que nunca. ¿Por qué? Porque amplifica lo que ya hay: interés o distracción, curiosidad o comodidad.
«La inversión en uno mismo paga los mejores intereses.»
— Jim Rohn
Hace pocas semanas, unos alumnos de 14 y 15 años, de entre los que se encuentra mí hija pequeña, me han dejado sin palabras. Han creado un vídeo donde explican, con una historia detectivesca incluida, cómo se transmite una imagen por teléfono, cuántos bits se necesitan, y cómo Shannon revolucionó nuestra comprensión de la información.
Usan conceptos como codificación, entropía, eficiencia, y los aplican con naturalidad. Si no me dicen su edad, pensaría que estoy viendo una explicación universitaria.
Ellos eligieron el camino del conocimiento. Y lo hicieron con entusiasmo, creatividad y herramientas que hace diez años solo estaban en manos de expertos. Yo les felicito y aplaudo por ello, llegarán lejos con esta actitud.
«Cuanto más aprendas, más ganarás.»
— Warren Buffett
Y al mismo tiempo, veo a otros estudiantes universitarios que, con el mismo acceso y teóricamente una mayor madurez, lo utilizan para pedir que les resuman libros que no han leído, hacer trabajos que no comprenden y estudiar lo mínimo indispensable para aprobar.
No los culpo. La IA les ofrece atajos, y los atajos son tentadores cuando el entorno te empuja a ir rápido y no a entender.
Pero los atajos no forman criterio. No enseñan a pensar. No desarrollan la capacidad de concentrarse sin distracción.
«La capacidad de concentrarse sin distracción es cada vez más rara… y por lo tanto cada vez más valiosa.»
— Cal Newport
El efecto K representa una bifurcación en la educación:
– Por un lado, el acceso a un conocimiento casi ilimitado, con herramientas que permiten a cualquier niño explorar temas complejos a su ritmo.
– Por otro, un acceso sin filtros al entretenimiento, a la superficialidad, a lo inmediato.
Y no es una brecha tecnológica, es una brecha de actitud, de propósito, de educación.
La inteligencia artificial no nos iguala. Nos acelera.
Y lo que acelera depende de hacia dónde estemos mirando.
En este nuevo escenario, más que nunca, la clave está en lo que enseñamos a valorar: el esfuerzo, la comprensión, la curiosidad.
No basta con dar acceso a la tecnología. Hay que enseñar a usarla con intención.
Porque el futuro no se va a dividir entre quienes tienen acceso a la IA y quienes no.
Se va a dividir entre quienes saben usarla para aprender… y quienes la usan para no tener que hacerlo.
Y tus hijos o tus alumnos, ¿Qué camino están siguiendo?
🎥 Os comparto el Vídeo creado por alumnos de 3º de la ESO:
Una historia detectivesca para explicar cómo se codifica una imagen y qué es la entropía de Shannon.
Nada es casual y hay que actuar desde edades muy tempranas. Mi pequeña ya apuntaba maneras desde hace tiempo: